La primera vez que vi a un muerto fue a los 9 años. Mi amiga Chelito, de 10, la veló en la sala de su casa. Estaba dentro de un ataúd blanco con su vestido de primera comunión y una corona de flores en la cabeza. “No te acerques”, me dijo mi mamá cuando llegamos.
No sé si por rebeldía o curiosidad me asomé a la caja y ahí estaba Chelito; parecía dormida, pero estaba muerta.
Regresé y tomé la mano de mi mamá y le dije “tengo miedo”. Se me acercó y, casi en secreto, me dijo “así es la vida, así es la muerte”.
Después vi a otros muertos. Mi tío Joel, hermano de papá. Su novio lo asesinó con 72 puñaladas. Un primo me enseñó el periódico y ahí estaba, en primera plana, boca abajo, sobre un charco de sangre. Era mi amigo, él me enseñó a los 11, sin tanto choro, que las personas pueden amarse, aunque sean del mismo sexo.
Después vi a otros muertos.
Pero años después, muchos, vi a mis hijos muertos. Tuve que recogerlos, vestirlos y llevarlos a cremar. No tuve miedo, pues pensaba que "así la vida, así la muerte”.
Hace 12 años murió mi padre. Elegí su traje, su corbata amarilla y puse su peine en el bolsillo. No tuve miedo.
Vi cómo moría, cómo en cámara lenta sus pies se enfriaron, luego sus pantorrillas, después su panza y al final su frente. Cuando el frío de su cuerpo llegó a la cabeza, sabía que acabaría. Estábamos agarrados de la mano, no sé si me escuchaba, pero yo le contaba historias.
Pensé que ningún muerto volvería a darme miedo desde Chelito.
Pero un viernes santo, de hace cinco años, mamá decidió morirse. Y digo decidió, porque ella era así, lo decidía todo. En sus vacaciones por Puebla -vivía en Texas- en una carne asada con mis amigos se quiso ir a dormir, sólo que no me dijo que para siempre.
La acosté, no quiso taparse, me sonrió, suspiró profundo y se murió. Fue entonces que volví a sentir miedo de ver a un muerto. ¿Y cómo no tener miedo si se trataba de mi madre? Se murió en mis narices como si no le importara. Qué cabrona, pensé.
Muerta de miedo, le quité sus aretes, su dentadura perfecta y su argolla de matrimonio que desde entonces uso en dedo índice de la mano derecha como una especie de recordatorio que así es la vida y así es la muerte.
Elegí su ropa: una blusa de flores con pantalones verdes, lo más decente dentro de su maleta.
Desde entonces volví a tenerle miedo a los muertos. No voy a ningún velorio. No importa qué tan cercano sea el difunto.
Espero que al próximo que asista sea yo la protagonista.