La maternidad nunca fue un punto central en mi vida. De joven no me detuve a pensar si quiera o no ser madre. Era como una especie de azar, dejándoselo a la vida.

Tenía 24 años cuando, sin planearlo, quedé embarazada.

No fue la mejor noticia. Tenía un trabajo prometedor, cumplía uno de mis grandes sueños profesionales y no estaba segura de amar al hombre con el que me casé y mucho menos deseaba tener un hijo.

Pff que fuerte decirlo en voz alta.

Fue un embarazo terrible. Perdí mi trabajo, estuve en cama por meses y al final los niños -porque eran gemelos - murieron al nacer por una infección y sus apenas 30 semanas de gestación.  

Un golpe bajo en mi vida y una culpa que me duró años. 
Fue entonces cuando “supe” que la maternidad no era, ni sería, según yo, parte de mi vida.

Durante dos décadas, escuché en repetidas ocasiones, en mi trabajo, fiestas familiares o reuniones con amig@s, las más absurdas y estúpidas preguntas o comentarios: ¿y tú, para cuándo un bebé? ¿no crees que ha pasado suficiente tiempo? ¡No puedes perderte de esto, es la realización de la mujer!, ya te acercas bastante a los 40, después es muy complicado embarazarse” ¡es que un hijo te cambia la vida!

Mi pregunta era ¿por qué querría que me cambiara la vida, si la mía me encantaba? ¿Realización de la mujer? Pues si yo me siento más que realizada.

Desde niñas nos compran muñecas que simulan bebés a los que tienes/debes: alimentar, vestir y hasta cambiar. Llevar a tus paseos con todo y carriola, pañalera y juguetes para el juguete. 
¡Vaya presión! Pienso.

Aunque el juicio social se convirtió en parte de mi vida, me valía madre lo que pensaran o dijeran de mi falta de instinto maternal. Y aunque pareciera que los niños no eran mis amigos, la realidad es que siempre me cayeron bien (casi todos) y hasta poseía (o poseo) una especie de imán con ellos (¿virtud o castigo?) que donde quiera que voy, se me acercan como a las botargas en piñatas

¡Es en serio!  


Tenía casi 46 años y ninguna intención, insisto, de cambiar mi vida.

La libertad que se ejerce cuando no tienes hijos es prácticamente indescriptible ¡Aceptémoslo! Dejemos de romantizar la maternidad y hacerle creer al mundo que es perfecta y casi celestial.

¡La más grande mentira!

Ser mamá es una chinga. No vuelves a ir al baño sin que una manita toque a la puerta o intente abrirla. No vuelves a dormir 8 horas continuas y ni siquiera vuelves a comer en paz.

Despiertas, haces cosas a prisa como el desayuno, la mochila, la ropa, el lunch, te bañas (en 3 minutos) te arreglas (si puedes) sales, trabajas, regresas, chofereas, terapeas, regañas y juegas.

Si tienes un poco de suerte lees unas cuantas páginas de tu libro o ves tu telenovela favorita.

Estábamos a media pandemia. Meses obligadamente encerrada y como todos, con una escalofriante paranoia de enfermar por un desconocido virus que en muchos casos -cercanos, por cierto- causó la muerte de muchas personas. 
Unos análisis de laboratorio -de rutina- para revisar mi perfil hormonal que estaba hecho un desastre, detectaron la noticia que cambiaría mi vida, la cual como lo dije antes ¡no quería cambiar!

“Felicidades Lety, estás embarazada” leí en mi WhatsApp

“¿Qué?, no mames no es una buena broma”, le dije a mi ginecólogo.

“Pues según estos números, estás embarazadísima y quizá, vuelvan a ser gemelos”, respondió.

Mi cara enverdeció, según me cuenta Luis Alberto que no tenía idea de lo que yo acababa de leer. Le inventé una historia china sobre mi exaltada actitud para tener tiempo de procesar mi repentino e inesperado embarazo.

Dos semanas después, ya con 4 de embarazo podían confirmar la noticia a través de un ultra sonido, solté en llanto preguntándome o preguntándole a la vida, no sé bien, porqué hasta ahora y precisamente en mi “mejor y equilibrado” momento de vida, vida que ¡no quería cambiar!

Bueno, 8 semanas cumplidas, y ya procesada la noticia en mi cabeza, era momento de informárselo al doctor (mi marido, el padre de la criatura en gestación) quien por cierto no tenía la menor intención de tener un cuarto hijo.

Con toda la parafernalia que ameritaba la noticia y teléfono en mano para grabar el momento y dejar constancia, en caso de muerte súbita ante tal notición, le dije a mi marido lo que seguramente habría querido escuchar 15 años atrás.

“Estamos embarazados”, leyó en una tabla adornada con un delicioso pastel de zanahoria y unos zapatos de bebé que compré en Walmart ese mismo día. 
“No mames”, fue la respuesta más sensata que jamás haya escuchado

Ups.

Lo demás es historia.

Aquí estoy, convertida en mamá del joven Matías. No sé si más feliz que antes, pero si sé que fascinada y agradecida en que haya sucedido.

¿Cambió mi vida?  ¿Mejoró? ¿Soy más o menos feliz? ¿Si pudiera elegir entre la de antes o la de ahora, cuál escogería?

Joder. No tengo idea. Lo que si se es que jamás nadie me había visto con los ojos que me ve este jovencito y eso simplemente me hace sentir invencible.

Esta historia es a propósito del mes del Día de las Madres. Felicidades a todas, incluida yo , pues hoy puedo decir con conocimiento de causa , que sí , que merecemos ser honradas y festejadas porque las chingas que nos metemos son invaluables .

Y a las que no son mamás ni quieren serlo, también felicidades. Es a toda madre ir al baño sin que te toquen la puerta o te pregunten ¿qué estás haciendo?