Siempre supe que no quería vivir mi vida profesional y/o adulta en la frontera o en Texas como el resto de mi familia. Casarme, tener hijos y aprender a hacer tortillas de harina no era parte de mi plan. 

Un par de meses antes de graduarme de la Universidad empecé secretamente a planear mi exilio.

Fue el viernes de mi graduación, después de unos cuantos Buchanan 's que le informé a mis padres que me vendría “un tiempo” a Puebla. 

¿Mi plan?, buscar trabajo de reportera y después irme al DF (aún se llamaba así) o por qué no, a otro país. España podría ser. 

6 días después de aquella extraordinaria fiesta de despedida que acabó por ahí de las 7 de la mañana - ya sin los papás incluidos- estaba aquí, en casa de una pariente a la que no le caí muy bien.

“Las periodistas terminan de prostitutas en su gremio”, me dijo sin piedad, mientras yo acomodaba mi maleta en el cuarto que obligadamente me había cedido.

Esa noche, con fabulosos 23 años, en casa de la tía (hermana de mi padre) pensaba en todo lo que podía hacer en esta ciudad tan pero tan compleja (por supuesto ese detalle aún no lo sabía) 

Fue mi amigo Salvador Bonilla, reportero gráfico de deportes en ese entonces y a quien conocí en unas vacaciones cuando yo tenía 14, quien me dijo que me conseguiría una entrevista de trabajo con Fernando Alberto Crisanto.

“Es de los periodistas más importantes y serios de Puebla”, me dijo. 

Y entonces ahí estaba yo, el jueves a las 9:15 de la mañana, con un traje sastre azul Telcel, aparentando ser mayor, frente a un hombre que me observaba sigilosamente. 

         ⁃ ¿Qué hace usted hasta acá?, me preguntó Crisanto con su voz ronca y sin titubeos.

         ⁃ “Pues bueno, quiero ser reportera y me dijeron que aquí necesitan una”.
         ⁃ ¿Y qué sabe hacer como reportera; ¿escribe, conduce?, ¿qué experiencia tiene? 
         ⁃  “Nada, no se hacer nada, pero puedo aprender rápido” 

Mi inexperiencia y acento norteño inundado de modismos inaceptables en el lenguaje poblano lo hicieron dudar, sin embargo, mi poca vergüenza supongo y su urgencia de cubrir la vacante, lo convencieron. 

Empecé al siguiente día. 

Mi primera responsabilidad fue ¡cómo es la vida! - monitorear el noticiero matutino de Televisa Puebla conducido por quien hoy es mi esposo Luis Alberto Arriaga y la entrañable Mari Loli Pellón.  Era el programa de noticias más visto en Puebla y Tlaxcala.

Cualquier nota que tuvieran ellos y nosotros no, debía escribirla e informarla de inmediato a la producción. 

La mala noticia era que yo no sabía nada sobre funcionarios y políticos poblanos y menos qué era importante informativamente y qué no.  (Joder, solo de acordarme me angustio) 

La buena, que Alejandro Mondragón, entonces jefe de información -con su cara de malo por supuesto- siempre se ocupó de explicarme y enseñarme, aunque su paciencia durara dos minutos.  Qué decir de mis compañeros de redacción y reporteros, Daniel Hernández, Cheche Bernal, Irma Sánchez, Charito Carmona y muchos más que se compadecían de mi evidente ignorancia por no decir pendejez y con una solidaridad gigantesca me ayudaron. 

Era el canal 4 de Telecable de Puebla. Ahí empezó todo. 

Sí, hace 24 años.


Leticia Torres 
@engatusada