En cuanto llegué a Acapulco, dos días después que ellos, pensé “pero qué chingados haces aquí Leticia. No deberías involucrarte”.
Demasiado tarde, Luis Alberto me recogía en el aeropuerto y nos dirigimos al Camino Real para pasar una semana juntos por las fiestas de fin de año.
Empezaba el 2005 y con él, la historia que cambiaría mi vida.
Ya nos conocíamos, pero de a gotas. Una que otra comida. Un par de idas al parque y hasta un pastel perfectamente adornado en un restaurante por su cumpleaños número 5.
“¿Tienes esposo?” Fue su primera pregunta mientras le ponía los flotis.
No, conteste. “Pues te conseguiré uno porque deseo con todo mi corazón que vengamos a la playa, mi mamá, mi papá, mis hermanos, tú y tu esposo, porque te quiero mucho y no quiero que vengas solita”
Solté una carcajada por ese gesto suyo que mostraba lo que 17 años después puedo comprobar. Abril, mi Abril, lleva en la sangre la compasión y el amor a los demás.
Lo de conseguirme un marido no era una broma. Cualquier masculino que pasaba frente a nosotros era un candidato ideal para hacerlo mi esposo. Meseros, turistas, vecinos de camastro, quien tuviera más o menos un atractivo para ella, me lo presentaba y le preguntaba si quería casarse conmigo.
Era tan amoroso su actuar, que jamás tuve la intención de quitarle la ilusión de casarme con quien sea a cambio de viajar con su mamá y su papá juntos.
Solo un libro entero podría contar la historia de aquellos 6 días en Acapulco, con mi novio, sus tres hijos, mis últimos meses antes de cumplir mis 30.
¡Fue terrible!
“Qué chingados haces aquí Leticia”, me preguntaba mientras volvíamos por carretera minutos antes de atropellar a un perro que cruzó la autopista como quien cruza un parque.
“Una ambulancia, una ambulancia, gritaba Abril para salvarle la vida a aquel perro”, cuando el coche había quedado con la trompa metida, sin eje y un radiador roto.
17 años después, aquí estamos, convertidos en una gran familia.
Aquel novio se convirtió en mi esposo, sus hijos se hicieron míos y por si fuera poco, apareció nuestro Matías.
Pero Abril, mi Abril, hoy está de manteles largos celebrando los envidiables 22 años.
No, no soy su madre, pero la amo como si lo fuera.
Estuve ahí cuando aprendió a peinarse sola, cuando hacía constantes preguntas hasta desesperarte, cuando en la primaria Fernandito le dijo que no la quería, cuando recibió el premio como la mejor estudiante de su generación, cuando no sabía si quedarse o irse, cuando se despidió de nosotros llena de independencia porque entraba a la universidad.
Feliz cumpleaños mija.
No, no soy tu madre, pero te amo como si lo fuera y eso para mí, es suficiente.