Tengo 47 años -bueno 47 y medio- y hace poco más de 3 meses fui oficialmente diagnosticada como una mujer con menopausia - temprana- según mi ginecólogo- que no se si lo dijo como una oración reconfortante o simplemente una realidad.
No importa, lo que sí es que las mujeres que la vivimos enfrentamos una especie de pequeños infiernos que ni Dante Alighieri habría podido recrear.
Los síntomas son, oficialmente, disminución natural de las hormonas, ansiedad, cambio de humor, deseo sexual reducido, irritabilidad, piel seca , sequedad vaginal y la única buena noticia, no puedo negarlo, la ausencia de la coloquialmente llamada “regla”.
Por si fuera poco, también pueden manifestarse trastornos del sueño y la combinación de estos síntomas, puede causar depresión.
Claro que existe medicamento para equilibrar todo esto que nos lleva casi a la locura. (Leí qué hay mujeres que se han suicidado por el descontrol mental)
El problema - en mi caso - es que soy alérgica a las hormonas / estrógenos que solucionarían el 80 por ciento del conflicto.
Aunque para ser honesta no me ha ido tan mal, de no ser por el maldito Morfeo, rey del sueño en la mitología griega, que decidió abandonarme, como lo hicieron todos y cada uno de mis hombres en el pasado.
¿Casualidad? No lo creo.
Bueno, pues aquí estoy a los 47 padeciendo físicamente la peor de mis etapas. La “bipolaridad” pasajera es parte inevitable de mis días y qué decir del exceso de calor y/o frío por las noches.
Aún no recurro al espantoso abanico español que inunda los restaurantes al medio día en cada mujer mayor de 50. Mi deseo sexual, aunque se esconde de repente, me sorprende de vez en vez. Y para ser honesta, los bochornos no llegan al desagradable momento de la sudoración que sonroja hasta los dedos y escurre como fuente en la cara de la víctima.
Cada que le informo, cuento o comunico a alguien de mi diagnóstico, se sorprenden y se compadecen como quien escucha a un enfermo de cáncer terminal.
No voy a negar que el shock emocional de la palabra ME-NO-PAU-SIA fue devastador, pues para nuestro infortunio, crecimos relacionando la menopausia con la vejez.
Sin embargo, mi vida no puede detenerse en esa embestida brutal pues, a diferencia de la mayoría, tengo un hijo de apenas dos años que me hace sentir de 30 aunque mi pasaporte insistía en decirme otra cosa.
Que contrastante puede ser la vida ¿cierto?
Precisamente mientras les cuento esta historia, vivo la parte más emocionante de mi vida personal, familiar y profesional.
Los cambios en mi cuerpo -hormonalmente hablando- trajeron casualmente consigo todo lo demás.
Retos increíbles que me mantienen más joven, más deportista, más centrada, sensata y la mejor parte: más feliz.
Propongo la normalización de la primera menstruación -por lo que sé sigue siendo bochornosa entre las jovencitas- pero también normalicemos la última ¿No?
Pd. Escribo este texto en plena madrugada, atrapada por el insomnio que ni el Clonazepam es capaz de ahuyentar.
Esto sí, confieso, que una putada.