Especular sobre la salud del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien resultó positivo por tercera vez, es simplemente consecuencia de su total desaparición. A diferencia de los anteriores contagios en donde el jefe del poder ejecutivo grabó sendos vídeos con mensajes informando personalmente sobre su estado de salud; la duda aparece al cuestionarnos por qué en esta ocasión no es así.
Tomando en cuenta que una de sus grandes debilidades -o fortalezas- es la comunicación directa con el pueblo bueno, su ausencia pública da mucho de qué hablar.
Independientemente de la miserable reacción de muchos en redes sociales, no solo especulando sobre su posible muerte sino festejando -según los propios detractores- la posibilidad de su fallecimiento, la realidad es que el solo ambiente de duda pone en jaque a un país entero.
Como lo explicamos en el artículo principal de esta edición, la muerte de un presidente de cualquier país, de cualquier corriente política, de cualquier sentimiento que genere su forma de gobernar, pone en riesgo, en este caso, la estabilidad de todos los mexicanos.
Su esposa, Beatriz, desmintió la posibilidad de que su esposo padeciera algo más que COVID 19. El secretario de Gobernación, Adán Augusto, un día antes que ella. Pero entonces ¿Dónde está Andrés Manuel?
Si solo está en reposo y “en perfecto estado “como aseguró el secretario de salud nacional ¿porque no grabar un video diciéndolo él mismo?
¿Estrategia?
¿Serán mentiras las dichos por sus brazos derecho e izquierdo?
¿Cansancio de tanto protagonismo?
Esto último lo dudo.
Hay personajes en la política nacional -y qué decir de la local - que necesitan, si, necesitan, ser el muerto del velorio -perdone usted la analogía-
Y ese es el AMLO que conocemos todos.