Por Guillermo Deloya

 

Hay mujeres que irradian luz. Ya sea por lo apacible de su trato, lo cálido de su consejo, lo atinado de su pensar o lo congruente de su actuar. Tuve el gusto de encontrar en diversos tramos de la vida a Bárbara Ganime, señora de pasos profundos y voz armoniosa. Mujer de todos los ambientes y convidada a todas las mesas; quien en mis más pedregosos caminos tenía el don de volverte con los pies en la tierra. Una mano en el hombro que palmeaba con cadencia y una frase, quizá 15 o 20 palabras con el mismo mensaje matizado de acuerdo al momento: “no te preocupes, verás como todo se nos acomoda”. Pero a veces la vida, en su actuar caprichoso, acomoda nuestros caminos de senderos diversos a los que creíamos haber pactado. A veces, la voluntad ajena “no nos permite; no nos dejan; o mandan nuestros sueños para luego”. Me atrevo a decir que ese fue el caso de Bárbara.

A la posteridad todos nos veremos engrandecidos. Aclamados y aplaudidos por propios y extraños nos despedirán entre elogios y loas incluso aquellos que en vida nos desearon tropiezos. Ya lo trataba Francisco de Quevedo:

Cerrar podrá mis ojos la postrera 
Sombra que me llevare el blanco día, 
Y podrá desatar esta alma mía 
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Y lisonjas y halagos nos mereceremos todos cuando nuestro tiempo propio haya llegado. Pero valdrá mejor la pena recapacitar, que tanto hicimos en favor de alguien que, como nuestra Bárbara, empeñó la vida misma en complacer, en apoyar y en brindar. Hablaré por experiencia propia y, mi saldo con la amiga podría escribirlo en números negros, a pesar de lo mucho que hubiese querido corresponder. Fuimos pares y compañeros, fuimos de una pieza y frontales; como a ella tanto le gustaba. Hoy, mi abrazo a la posteridad con Bárbara no tiene deuda alguna. Será honesto hurgar con la misma franqueza en lo que sí, sin duda se le adeudó en vida a nuestra amiga. Bárbara justificó con merecimientos encumbrar proyectos y abanderar titularidades. Bárbara fue una de muchas que, con gargantas estrujadas y ojos vidriosos acató decisiones que la excedieron. Resoluciones que le dieron victorias a otros y a otras, que hicieron en infinidad menos que lo que la hoy recordada consiguió. Su “institucionalidad” fue más allá de los límites de lo aceptable, hasta las fronteras de lo realmente admirable. Su congruencia, fue pilar que le permite permanecer en pie en el recuerdo, en el presente y en la posteridad.

Y bien se sabe que ninguna muerte es en vano. Así, a todos nos gustaría saber a priori cuál será ese legado al que aspiramos; en palabras de Rabindranath Tagore:

Sé que, en el vago ocaso de un día,
el sol me dará su último adiós…
Y mis días irán entrando en la oscuridad.
Lo que pido es que sepa yo, antes de irme,
por qué me llamó la tierra a sus brazos;

El legado de Bárbara se construye precisamente en esa, su lucha inconclusa. No podría nuestra amiga cruzar los 9 niveles del Mictlán, en tanto no se entienda, en instituciones, en partidos políticos o en agrupaciones, que la “institucionalidad” no se sinónimo de obediencia ciega y que la congruencia personal es infranqueable incluso por aquellos a quienes eventualmente la fortuna les ha concedido dirigir destinos. Entender que los méritos superan por mucho a las conveniencias y que la dignidad es merecido modo de vida y aspirable destino de arribo.

Porque solo con esas cualidades se podrá transitar en la vida con la misma apacible mirada que permite la conciencia cristalina. Con esos valores harán mejor patria, los hombres y mujeres que decidan regirse con ellos y entiendan que ninguna conveniencia, comodidad o futuro prometido por liderazgos con pies de barro, podrán equipararse a transitar con la satisfacción de disentir, de disertar y por qué no, de rebelarse ante las penosas decisiones dogmáticas y tendenciosas.

Hoy acudo a buscar esa palmada en el hombro de mi querida Bárbara. Vengo exclusivamente como uno de sus muchos amigos e invitado honrosamente por Mich, mujer quien hereda sus enseñanzas y merece mi respeto y cariño. Acudo sin estandartes ni colores, y refrendo el porqué del no portarlos. Me distingue mucho más el apego a mi propia congruencia y la justificada distancia a cualquier forma de ocultamientos o simulaciones. Digamos que tuve un buen ejemplo con Barbara. Abrazo con afecto a una familia que hoy sufre pero que conserva un pecho erguido con dignos merecimientos. Mi respeto a todos y mi reconocimiento a los consistentes de pensamiento. Despediremos con historias y recuerdos a nuestra querida Bárbara en la esperanza que sigan existiendo mujeres que irradian luz… ya que yo se de la gran fortuna que es haber conocido a una de ellas.